Durante la primera etapa de la segunda invasión armada francesa a nuestro país, hubo dos operaciones militares que aun siendo de naturaleza distinta, suelen ser confundidas o hasta amalgamadas como una misma operación: La Batalla de Puebla (1862) y El Sitio de Puebla (1863). La primera fue una sola batalla ( 5 de mayo) en la que las fuerzas armadas mexicanas vencieron a las tropas expedicionarias del emperador Napoleón III de Francia y la segunda fue la defensa, en estado de sitio, de la ciudad de Puebla.
Para colmo de males y de forma inexplicable, ninguna de estas dos operaciones recibe el crédito que en justicia deberían tener. En efecto, resulta que muchas publicaciones de importantes universidades, colegios o de los propios historiadores no ofrecen mucha información y a veces se limitan a mencionarlas de manera llana y simple. Por ejemplo, “La Historia General de México” del Colegio de México, le dedica 31 palabras -contando artículos, preposiciones y una coma- a la Batalla de Puebla (página 613) y respecto al Sitio de Puebla sólo se conforma con mencionar su inicio, duración y finalización en un pequeño párrafo (página 614). No parece justo que miles de hombres que lucharon, que se esforzaron, que pasaron privaciones y hasta perdieron la vida en defensa de México no sean recordados como lo merecen. Esperemos que estas lineas reparen aunque sea un poco estas graves omisiones de los historiadores modernos.
Después de su derrota en la célebre batalla a las afueras de la ciudad de Puebla, los invasores tuvieron que retirarse a la ciudades de Orizaba y Veracruz con el fin de reagruparse y esperar la llegada de refuerzos militares enviados desde Europa.
Mientras tanto, las fuerzas armadas mexicanas, aprovechando esta situación, dedicaron todos sus esfuerzos a preparar la ciudad de Puebla para el próximo asedio a la que directamente se vería sometida. Para el ejército invasor la conquista y control de esta importante población significaba dos cosas distintas: venganza y logística.
Es necesario aclarar que para ese tiempo el ejército francés, por alguna extraña razón, era visto como el mejor del mundo y el hecho de haber sufrido una estrepitosa derrota frente a un ejército aparentemente débil y dividido -por causa del constante desorden político de los últimos cincuenta años en México- y al cual se le consideraba fácil de vencer, había mermado su prestigio y efectividad ante los ojos de las demás naciones europeas. Mientras Bismarck se relamía los bigotes la “venganza” militar y política era impostergable para los franceses.
Por otro lado, la principal meta de su tránsito por territorio mexicano era, naturalmente, la ciudad de México, capital de la república. Si el ejército invasor deseaba mantener libre la linea entre la costa y el centro del país y así asegurarse el óptimo tránsito de sus tropas y pertrechos militares, pues resultaba completamente indispensable someter a la ciudad de Puebla ya que esta se encontraba a medio camino entre los dos puntos.
La misma noche del 5 de mayo de 1862 llegaron a Puebla un gran número de jefes y oficiales de ingenieros que completarían la Sección de Ingenieros del Cuerpo del Ejército de Oriente {1 LINK nombre y cargo oficiales anexo 1} y que de inmediato empezarían la planeación y construcción de diferentes obras de fortificación y defensa.
Puebla, ciudad capital del estado con el mismo nombre, tenía en ese tiempo una población de 80,000 habitantes y gozaba de buena posición táctica debida al apoyo de grandes defensas naturales: al norte los cerros de Loreto y Guadalupe, al occidente el cerro de San Juan y al oriente el cerro de Tepozúchil.
Se planearon, construyeron o completaron, en una loca carrera contra el tiempo, parapetos, redientes, almacenes, defensas y ocho grandes fuertes {2 Fuertes }. En estos últimos se puso especial énfasis, ya que como sería natural, el fuego de la artillería enemiga se concentraría sobre ellos.
Casi diez meses después de la famosa batalla 1862, en la mañana del día 16 de marzo de 1863, a las nueve de la mañana, un formidable cañonazo disparado desde el fuerte de Guadalupe con un cañón de bronce de 24 de sitio, anuncia a la guarnición que el enemigo se encuentra frente a la plaza. Lejos de causar miedo o angustia entre los defensores, el aviso del disparo deriva en un gran entusiasmo, tanto entre los defensores como en los habitantes de la ciudad. Se pensaba que ese mismo día se iniciaría el ataque frontal contra la plaza, ya que era muy posible que, en venganza por la anterior derrota, los franceses hubieran escogido esa fecha por ser el aniversario de nacimiento del príncipe imperial. Sin embargo poco ocurrió ese día. Algunas escaramuzas cerca del cerro de Guadalupe, y la toma de posiciones de ambos ejércitos fue lo único relevante.
En los días siguientes los invasores continuaron su labor de posicionamiento y comenzaron un ataque creciente de artillería. El 29 de marzo el invasor ha terminado su cuarta paralela y a las 4 de la tarde lanza un violentísimo ataque con toda la artillería de las cuatro paralelas sobre el fuerte San Javier. Baterías de morteros barren parapetos, techos, blindajes, lienzos enteros de los muros. San Javier y Penitenciaría quedan derribados. Tras el ataque de artillería, 5,600 soldados extranjeros se lanzan a la toma del fuerte. Se lucha cuerpo a cuerpo y los invasores son rechazados una y otra vez hasta que la superioridad numérica hace que las tropas mexicanas se replieguen.
Ya, en la noche, 48 cañones mexicanos y 39 franceses se enfrascan en una lucha de morteros. El General Forey apunta que tal batalla sólo era comparable con la de Sebastopol, en la guerra de Crimea. Por su parte los sobrevivientes mexicanos aseguran que esa fue el hecho de guerra más significativo del Sitio de Puebla.
En cierto momento los extranjeros creen que la toma completa de la plaza es cuestión de días. Nunca imaginaron que los defensores lucharían casa por casa y calle por calle.