El 5 de mayo de 1867, al mediodía, las fuerzas expedicionarias francesas y sus aliados conservadores mexicanos, comandadas por el recientemente nombrado General de División, Charles Ferdinand Latrille, Comte de Lorencez, lanzaron el ataque a la ciudad de Puebla.
Nadie, en ese día, hubiera podido imaginar el resultado final. Las fuerzas extranjeras estaban consideradas como parte del “mejor ejército del mundo” * y estaban compuestas por veteranos de la guerra de Crimea y de Italia.
Lorencez, con torpeza, subestimó en gran medida a los defensores**. Aunque reducido en número, el Ejercito Mexicano de Oriente, comandado por el general Ignacio Zaragoza, no abandonaría la plaza con facilidad.
Lorencez había dividido su ejército en tres columnas para concentrar su ataque sobre el Cerro de Guadalupe, en donde se encontraba el fuerte del mismo nombre. Una decisión inexplicable (que históricamente ha sido atribuida a la soberbia), ya que precisamente esta era, junto al fuerte de Loreto, la posición mexicana más fuerte.
Al inicio del avance hacia el fuerte, la artillería de Loreto y Guadalupe rompió el fuego, mientras las columnas de zuavos eran atacadas por batallones de defensores nacionales. Los extranjeros intentan, una y otra vez, subir al fuerte pero son continuamente rechazados. Nada pueden hacer ante el arrojo de los defensores.
Horas más tarde la batalla se convierte en un desastre para los invasores. Para colmo una poderosa tormenta de lluvia y granizo se abate sobre el campo de guerra. Se dice que los truenos y rayos se confundían con el fragor de los cañones.
Lorencez, finalmente, se da cuenta que el empuje de las fuerzas mexicanas eran superiores a cualquier pronóstico y decide retirarse deprimido y avergonzado.
Porfirio Díaz, uno de los grandes héroes de la batalla, persigue al enemigo con su cuerpo de caballería pero se le ordena regresar. Ya todo está perdido para los extranjeros y su derrota será ampliamente comentada en todo el mundo. Un duro golpe paraNapoleón III.
Mientras tanto en la capital de la república, en Palacio Nacional, Juárez y sus subalternos seguían el curso de los acontecimientos a través de telegramas. Se dice que fue la primera batalla en el mundo que fue trasmitida en vivo y en directo.
Una frase del último telegrama enviado por el general Zaragoza los llenó de júbilo: “Las armas nacionales se han cubierto de gloria”.
*Años más tarde, este sobrenombre volvió a quedar en entredicho en la guerra Franco – Prusiana.
** Fue tal la soberbia y arrogancia (muy común en el pensamiento galo) de Lorencez, acumulada por los éxitos obtenidos en guerras en Europa, que antes de la batalla se atrevió a mandar un mensaje a Napoleón III en el que se jactaba de su superioridad: “Somos tan superiores a los mexicanos, en organización, en disciplina, raza, moral y refinamiento de sensibilidades, que desde este momento, al mando de nuestros 6000 valientes soldados, ya soy el amo de México”.
** Fue tal la soberbia y arrogancia (muy común en el pensamiento galo) de Lorencez, acumulada por los éxitos obtenidos en guerras en Europa, que antes de la batalla se atrevió a mandar un mensaje a Napoleón III en el que se jactaba de su superioridad: “Somos tan superiores a los mexicanos, en organización, en disciplina, raza, moral y refinamiento de sensibilidades, que desde este momento, al mando de nuestros 6000 valientes soldados, ya soy el amo de México”.
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