La codicia extrema por el oro que los españoles conquistadores no podían contener, los llevo a cometer muchas atrocidades. El tormento aplicado al último gran tlatoani mexica Cuauhtémoc y al señor de Tlacopan Tetlepanquetzaltzin, fue una de tantas.
En la Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, Bernal Díaz del Castillo, explica como para los conquistadores el oro que ya habían obtenido no era suficiente, así que el tesorero y los oficiales de la Real Hacienda decidieron, para saber donde estaban los míticos tesoros, aplicar un terrible tormento a los señores mexicas con la aprobación de Hernán Cortés.
Para llevar a cabo su indigna tarea, los pies de los grandes señores, fueron mojados con aceite e inhumanamente encendidos. Es en este pasaje de la historia de nuestra nación que surge la leyenda.
Según Francisco López de Gómara, historiador español, el último gran tlatoani confesó haber echado a la laguna el tesoro y algunas armas tomadas a los soldados europeos.
Pero relatos posteriores señalan que durante el climax del tormento, hubo un momento en que el señor de Tlacopan pidió permiso a Cuauhtémoc para hablar y confesar, a lo que él exclamó con desdén: “¿que sí el mismo estaba en un deleite o baño?” (Bernal Díaz del Castillo).
Aunque la verdad parece ser otra muy diferente. En 1870, el dramaturgo y novelista mexicano, Eligio Jesús Ancona, en su novela histórica “Los mártires del Anáhuac”, decidió modificar la frase original para cargarla con un toque de romanticismo y estoicismo dignos de un guerrero Azteca. Esta ocurrencia dio paso a la célebre frase atribuida, de manera incorrecta, al gran señor mexica Cuauhtémoc “¿Acaso estoy yo en un lecho de rosas?”.
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