Durante el gobierno del general Porfirio Díaz se dio un giro en la actividad política nacional, puesto que alrededor de cuatrocientos años —Mesoamérica, el Virreinato de Nueva España y las primeras décadas del México Independiente— los gobernantes llevaron la administración pública con un claro sentido militar, y sus acciones estuvieron enfocadas a fortalecer al ejército en turno. Sin embargo, a raíz del comienzo de la segunda presidencia de Díaz, en 1884, se dio un vuelco que permitió a la política mexicana centrarse desde un ángulo más civil. En esta fotografía aparece el presidente Díaz en 1902, ataviado con ropa civil.
Por Porfiriato se entiende a la etapa de la historia transcurrida entre 1876 y 1911, caracterizada por el gobierno de Porfirio Díaz, que sólo se interrumpió entre 1880 y 1884 con el período presidencial de Manuel "El Manco" González. A partir del 1 de diciembre de 1884 Díaz gobernó ininterrumpidamente. La filosofía en que se basó el Porfiriato fue el positivismo, que predicaba el orden y la paz, pilares del gobierno porfirista, a pesar de contar con detractores, principalmente en la izquierda política. Gracias al uso del capitalismo, los ministros de Hacienda del gobierno porfirista, Manuel Dublán y José Yves Limantour pudieron lograr un avance en la economía del país, en forma importante.
Otra característica del Porfiriato fue que los diversos grupos políticos del país convergieron en el Gabinete de Porfirio Díaz. Durante su primer mandato, el gabinete estuvo conformado en su totalidad por los antiguos combatientes de la Revolución de Tuxtepec. Sin embargo, en su segundo período presidencial, llegaron juaristas como Matías Romero e Ignacio Mariscal; lerdistas como Romero Rubio y Joaquín Baranda, y un imperialista, Manuel Dublán. Con los gobernadores, Díaz procuró mantener estrecha relación, en especial en lo relacionado con las elecciones de las legislaturas y tribunales de justicia locales, la construcción de ferrocarriles, el combate a los yaquis, quienes llevaban más de cincuenta años atacando Sonora, y también en otros asuntos menores.
La paz que se impuso durante el gobierno de Porfirio Díaz permitió el desarrollo de la cultura y la ciencia en México, dado que desde fines del siglo XVIII la continua inestabilidad política, social y económica impidió que se impusiera un clima propicio a la ciencia y a la cultura. Sin embargo, durante el Porfiriato floreció la literatura, la pintura, la música y la escultura. Las actividades científicas fueron promovidas desde el gobierno, pues se consideraba que un avance científico del país podía conllevar cambios positivos en la estructura económica. Fue entonces cuando se fundaron institutos, bibliotecas, sociedad científicas y asociaciones culturales. De igual manera, el arte popular buscó en la cultura de México un elemento para plasmar sus composiciones y expresarse, y así se lograron muestras del arte mexicano que fueron exhibidas en el mundo entero. El positivismo logró hacer que en México hubiera un renacimiento del estudio de la historia nacional, como un elemento que afianzó a Díaz en el poder y contribuyó a la unidad nacional. En el estudio de esta rama sobresalieron Guillermo Prieto y Vicente Riva Palacio.
El historiador mexicano José López Portillo y Rojas, en su obra Elevación y caída de Porfirio Díaz, menciona que el avance nacional durante el Porfiriato también cambió la fisonomía del presidente. En abril de 1881, tres años antes de comenzar su segundo período presidencial, el general oaxaqueño contrajo matrimonio con Carmen Romero Rubio, proveniente de las familias con mayor abolengo y alcurnia en la alta sociedad mexicana. Hasta ese año, —según los relatos de la época—, Díaz contaba con todos los rasgos de un militar formado en los campos de batalla: tosco en su modo de tratar con la gente, brusco, con un vocabulario adecuado para hacerse valer por encima de sus soldados, acostumbrado a escupir y sin mucho respeto por las formas sociales. Sin embargo, como el mismo Díaz relató años más tarde en sus Memorias, su esposa Carmen se dedicó a formarlo dentro de la sociedad mexicana. Le enseñó el idioma inglés, y nociones de idioma francés, los modales de la alta sociedad, la forma de moverse y expresarse, la forma de comer, el vocabulario adecuado para cada situación. Su fisonomía, como afirmó López Portillo y Rojas, en efecto, había cambiado. Del color moreno de su piel, pasó a tomar un tono más tostado. Como afirman varios testimonios de historiadores de la época, al regresar a la presidencia en 1884, Díaz ya no era Porfirio sino más bien "Don Porfirio". Esta opinión la expresó el obispooaxaqueño Eulogio Gillow a un diario de filiación católica en 1887:
"Carmelita Romero Rubio fue el alma sorprendente de la evolución del general Díaz hacia una existencia refinada y una política de conciliación de tan hondas consecuencias en la vida nacional."
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