El ferrocarril representó uno de los avances de la economía del Porfiriato y fue expuesto ante el mundo como símbolo de progreso. La cultura mexicana en la época de Díaz tuvo rasgos de la economía, como este cuadro de José María Velasco, en que se refleja el ferrocarril del Valle de México.
La construcción de ferrocarriles fue uno de los puntos más importantes de la economía mexicana en el Porfiriato. Anteriormente ya se contaba con el ferrocarril que corría de la Cd. de México hasta Veracruz, el principal puerto del Golfo de México, cuya construcción inició en 1852 y Lerdo de Tejada lo inauguró el 3 de febrero de 1873. Una vez que Díaz se consolidó en el poder comenzó la construcción de ferrocarriles dirigidos a la frontera norte y a gran escala. Desde 1880 hasta 1885 las concesiones fueron cedidas a los extranjeros, primeramente inversionistas norteamericanos. Sin embargo, entre 1886 y 1895 los empresarios provenientes del Reino Unido acapararon la totalidad de las concesiones ferroviarias, pero a partir de 1896 y hasta 1905 los estadounidenses comenzaron una contraofensiva para recuperar el control de los ferrocarriles mexicanos. Finalmente, en 1909 los ferrocarriles fueron nacionalizados y permanecieron así 82 años hasta que en 1991, Carlos Salinas de Gortari los privatizó. Asimismo, el 1 de junio de 1880 y el 16 de diciembre de 1881 el Congreso de la Unión legisló en materia de ferrocarriles, sometiendo a jurisdicción del gobierno federal las concesiones a inversionistas, así como contratos, modificaciones, tendidos de vía y demás, garantizando así la injerencia del gobierno en la economía. Asimismo se estimuló el desarrollo de las compañías ferroviarias otorgando terrenos colindantes y estableciendo subsidios por cada kilómetro construido. Uno de los proyectos de las compañías norteamericanas era construir una línea entre México y Estados Unidos. Hacia 1911 el país contaba con más de 20.000 kilómetros de vías ferroviarias, cuando en 1876 apenas existían 800. Cuando en 1908 el periodista James Creelman le entrevistó, Díaz afirmó:
"Los ferrocarriles han desempeñado importante papel en la conservación de la paz en México. Cuando por primera vez me posesioné de la presidencia en 1876,, sólo existían dos pequeñas líneas que comunicaban la capital con Veracruz y Querétaro. Hoy tenemos más de 19.000 millas de vías férreas".
Otro factor que permitió el desarrollo del México porfiriano fue la inversión extranjera, ya que los empresarios de otros países deseaban aprovechar los recursos naturales de México, que no pudieron ser explotados por los mexicanos durante el siglo XIX debido a las guerras civiles e intervenciones extranjeras. Esto ocurrió durante el marco mundial de la competencia económica, en que las potencias económicas luchaban por conseguir la primacía mundial. Durante este período en México creció la industria, en su rama extractiva, la agricultura de productos tropicales encaminada a la exportación, además de todas las ramas de la economía, que siempre estuvieron orientadas al desarrollo de México en el exterior. Díaz y sus asesores concedieron todas las facilidades necesarias a los inversionistas extranjeros, a fin de que desarrollaran su actividad y, con el apoyo del gobierno, pronto dominaron la economía del país. Situación que, por supuesto, no fue bien vista por todos aquellos que defendían la idea de que el desarrollo económico del país debía depender de mano y obra y financiamiento mexicanos y no extranjeros.
José Yves Limantour, político mexicano. Economista de profesión, trabajó desde 1878 en el Ministerio de Hacienda y Crédito Público. Durante el gobierno de González fungió como analista económico de la presidencia y al regresar Díaz a la presidencia fue nombrado Oficial Mayor de Hacienda, bajo las órdenes de Manuel Dublán. A la muerte de éste en 1892, salió de la Cámara de Diputados, donde presidía la Comisión de Hacienda y, por recomendación del suegro de Díaz, Romero Rubio —su padrino de boda—, fue nombrado Ministro de Hacienda, cargo desde el que dirigió libremente la economía nacional hasta 1911, cuando la Revolución mexicana lo desterró. Nunca regresó a México y finalmente, murió en 1935 en Biarritz (Francia).
Con la llegada de los capitales a México, se vio la necesidad de crear una infraestructura de transporte que permitiera el desarrollo de la industria, y así se pudo generar comunicación entre las diversas regiones del país, ya que muchas de ellas habían estado alejadas del resto del país por muchos años, como en el caso de los estados norteños, Sinaloa, Chihuahua y Coahuila. Así se construyeron redes de telégrafo y teléfono, y se mejoraron las comunicaciones entre los puertos. Entre 1877 y 1911 se construyeron de 7.136 a 23.654 kilómetros en cuestión de vías telegráficas y así la clave morse fue un factor más en el desarrollo de las comunicaciones en México. El sistema de correos, que durante todo el siglo XIX fue atacado por los bandoleros, logró un relativo crecimiento con la paz porfiriana, puesto que se establecieron más de 1200 oficinas de correo. En 1876Alexander Graham Bell inventó el teléfono, que llegó a México el 13 de marzo de 1878, cuando el pueblo de Tlalpan, en el Distrito Federal recibió la primera llamada telefónica. Trece años más tarde, en 1891 la primera compañía de teléfonos mexicanos, contaba con más de 1000 suscriptores y ese mismo año se publicó la primera guía de teléfonos en la historia del país. Ese mismo año el ingeniero alemán Alfred Westrup instaló líneas telefónicas para la policía de la capital, y para 1893 ya existían las primeras líneas particulares. En 1897, el servicio telefónico se extendió a todas las ciudades del país, como Monterrey, Puebla y Guadalajara, entre otras.
Un proyecto surgido de corporaciones alemanas llegó a su conclusión trayendo a México la electricidad, que se generaba por medio de turbinas que, impulsadas por la fuerza de gravedad almacenada en los depósitos de agua subterránea, producían la electricidad. Asimismo, la ingeniería permitió aprovechar la orografía de México para estimular la creación de plantas hidroeléctricas, con lo que se pudo incrementar la producción económica de México. En Veracruz se descubrieron reservas de petróleo en 1879, y hacia principios de 1887 el empresario estadounidense nacionalizado mexicano, Adolph Autrey, creó las primeras refinerías del país.
La industria fue una de las ramas que más atención y presupuesto recibió durante el Porfiriato. En la minería, México ocupó en la época del Porfiriato el primer lugar en producción de plata y se ha mantenido en este puesto desde entonces. La producción de metales y combustibles se incrementó con el único fin de exportarla hacia otros países. La inversión extranjera se incrementó a partir de 1895, y con ello se abrió pie al inicio de la industria de la transformación, que empezó la fabricación de textiles, papelería, calzado, alimentos, vinos, cerveza, cigarros, químicos, loza, vidrio y cemento. Asimismo, a principios del siglo XX, se creó en México la primera planta de industria siderúrgica, que en su tiempo fue la primera de América Latina.
El comercio se fortaleció debido a la expansión del sistema ferroviario y a que el gobierno decidió suprimir las alcabalas, impuesto que exigían los estados de la República y que hacían más lento el trámite comercial. El gobierno planteó la necesidad de crear productos dirigidos a la exportación, por lo que el país comenzó a depender económicamente de los capitales extranjeros. El comercio externo estuvo orientado a satisfacer las necesidades agropecuarias e industriales, por lo que se generaron productos como oro, plata, henequén, caucho, ixtle, garbanzo, chile, pieles, maderas —tanto finas como para construir—, animales de tiro, café, frijol, vainilla y azúcar. Aunque la producción no fue tan grande como en otros países, si registró un relativo aumento con respecto a la economía mexicana durante los primeros cincuenta años de vida independiente. En el terreno de las importaciones, se compraron del exterior materiales como hierro, cemento y cal, así como materiales para la construcción y establecimiento de empresas, tecnología para ferrocarriles, telégrafos y teléfonos, materiales para construir máquinas de tracción animal, textiles y otros artículos de lujo, como espejos, porcelanas, relojes y muebles. Hacia finales del porfiriato, las exportaciones disminuyeron con respecto a las importaciones, por lo que la balanza comercial se mostró desfavorable a la economía de México.