La designación de este periodo, que comprende los primeros 800 años de nuestra era, implica un grado de organización política, social y religiosa más complejo que en etapas anteriores, como se desprende fácilmente de los restos arqueológicos. De esta fase datan algunos de los complejos arquitectónicos más notables por su riqueza, así como creaciones artísticas de la mayor finura. Es evidente que tales obras se realizaron gracias a la participación de una sociedad estratificada y rígidamente controlada (sobre todo por medios religiosos) y alimentada por la labor de campesinos altamente productivos merced a las obras de irrigación que, a su vez, requirieron grandes cantidades de trabajo para su construcción y mantenimiento.
Los dioses eran los seres sobrenaturales de mayor importancia durante el clásico, aunque se conservaran las creencias en otros seres sobrenaturales de menos poder y jerarquía. A los dioses (de los cuerpos celestes, de la tierra, del agua, del fuego, entre otros) se debía acatamiento y respeto, para conseguir de ellos una disposición favorable y el otorgamiento de las condiciones propicias a las buenas cosechas, así como salud en la gente y armonía en la sociedad. El señor de un estado era hombre-dios, pues encarnaba al dios de quien sería supremo sacerdote; de ahí que la obediencia a sus órdenes era el acatamiento y la reverencia. Así pues, si los dioses habían dado normas de conducta para todos los aspectos de la vida, toda la gente -señores y vasallos, hombres y mujeres, chicos y grandes- debían cumplirlas puntualmente ya que de lo contrario los males se abatirían sobre la sociedad.
En el clásico, habría actos más propios de la religión: ofrendas, sacrificios y autosacrificios que debían hacerse en honor de determinados dioses en fechas previstas. No era sólo la gente del pueblo quien participaba, sino también los hombres-dioses. Ellos eran los responsables de los complicados rituales que aseguraban el bienestar de toda la sociedad y a ellos tocaba hacer sacrificios y autosacrificios (se conocen, por ejemplo, representaciones de señores cortándose la lengua) y si los ritos lo requerían, debían coordinar y asegurar la participación de otros.
Los dioses eran los seres sobrenaturales de mayor importancia durante el clásico, aunque se conservaran las creencias en otros seres sobrenaturales de menos poder y jerarquía. A los dioses (de los cuerpos celestes, de la tierra, del agua, del fuego, entre otros) se debía acatamiento y respeto, para conseguir de ellos una disposición favorable y el otorgamiento de las condiciones propicias a las buenas cosechas, así como salud en la gente y armonía en la sociedad. El señor de un estado era hombre-dios, pues encarnaba al dios de quien sería supremo sacerdote; de ahí que la obediencia a sus órdenes era el acatamiento y la reverencia. Así pues, si los dioses habían dado normas de conducta para todos los aspectos de la vida, toda la gente -señores y vasallos, hombres y mujeres, chicos y grandes- debían cumplirlas puntualmente ya que de lo contrario los males se abatirían sobre la sociedad.
En el clásico, habría actos más propios de la religión: ofrendas, sacrificios y autosacrificios que debían hacerse en honor de determinados dioses en fechas previstas. No era sólo la gente del pueblo quien participaba, sino también los hombres-dioses. Ellos eran los responsables de los complicados rituales que aseguraban el bienestar de toda la sociedad y a ellos tocaba hacer sacrificios y autosacrificios (se conocen, por ejemplo, representaciones de señores cortándose la lengua) y si los ritos lo requerían, debían coordinar y asegurar la participación de otros.
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