Durante este periodo la vida en Mesoamérica se hace dependiente del cultivo de plantas domesticadas cada vez en mayor número, en particular de un complejo básico que dura hasta nuestros días, si bien la recolección y la caza son complemento importante. El cambio en el género de vida permite considerables aumentos en la población, acompañados de cambios en la organización social que se ven reflejados en los restos arqueológicos. En este periodo fue fenómeno común en toda el área mesoamericana la unión de grupos de aldeas bajo el control de una de ellas convertida en centro ceremonial. La organización política, los conceptos religiosos y las relaciones de unas regiones con otras se modifican con relación al pasado. El rasgo más característico del periodo es la formación de unidades político-territoriales más amplias. Puede suponerse que los territorios clánicos de gente que hablaba el mismo idioma y compartía creencias y se agrupaban bajo la autoridad de un hombre poderoso para formar una unidad política mayor a la que podríamos designar como “tribu”. La aldea donde reside este hombre poderoso crece más que otras y se convierte en centro ceremonial o capital.
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