Entre 1917 y 1940, la sociedad mexicana vivió un intenso proceso de reestructuración en el que se fueron creando instituciones políticas acordes con los planteamientos más importantes de la Constitución: el fortalecimiento del presidencialismo, el reparto agrario, la reglamentación de los derechos de los trabajadores, la participación del Estado en la economía, la creación de un proyecto educativo y la puntualización de las relaciones Estado–Iglesia. El nuevo Estado surgido de la Revolución fue adquiriendo mayor estabilidad, a pesar de los constantes conflictos políticos, en muchos de los cuales participaron los caudillos revolucionarios. A la larga, el proceso de institucionalización fue ganando terreno, y con ello, la posibilidad de que el país fuese encontrando su propio cauce en todos los ámbitos.
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