El movimiento estudiantil de 1968 fue el arranque de la nueva crisis de México. No fue una crisis estructural que pusiera en entredicho la existencia de la nación; fue sobre todo una crisis política, moral y psicológica, de convicciones y valores que sacudió los esquemas triunfales del gobierno. Hasta 1968, la estructura del poder en México se mantuvo estable, pero sin la existencia del juego político necesario que permitiera la expresión de una sociedad que había ido creciendo y diversificándose. El movimiento estudiantil de 1968 fue, al menos en parte, la expresión de un sector de la sociedad que demandaba mayor participación en un sistema político que no se había transformado. Removió de manera importante la necesidad de empezar a cambiar la cultura política de la sociedad mexicana, e iniciar un proceso de transición a la democracia que, a partir de entonces, ha transcurrido de manera lenta pero efectiva, y se ha visto reflejado en diferentes planos de la vida política nacional.
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