En los albores del siglo XX, saltaban ya a la vista la desigual distribución de la tierra, las terribles condiciones de trabajo en fábricas y talleres, y los excesos de autoridad tanto de pequeños como de altos funcionarios que, generalmente, dispensaban sus favores a los fuertes y poderosos. El anciano gobernante desconocía estas realidades, cada vez más delicadas y evidentes. Al antiguo sector explotado, se incorporaron los obreros, ferrocarrileros, mineros, trabajadores textiles y artesanos, es decir, el proletariado, de origen también campesino pero desplazado principalmente hacia las empresas de las ciudades, con el consiguiente aumento de población y necesidades de éstas. Se provocó además una movilidad social que contribuyó al desarrollo urbano y al de las regiones donde se establecían las fábricas, las haciendas y las minas, y se construían ferrocarriles. Los trabajadores vieron alterados sus patrones de vida; seguían laborando de sol a sol y recibiendo un salario bajo, incongruente con el alza de precios, y en ocasiones pagados en bonos o vales cambiables únicamente en la tienda de raya existente en ciertas fábricas. Vivían en los barrios y en las zonas marginadas de las ciudades; carecían de todos los servicios y recibían mal trato de los capataces. El patrón quería producir más y ganar más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario