Al atardecer, a una hora apacible en la que en todo el país ya se cerraban las casillas con las urnas a reventar, la vocera de Vicente Fox, Martha Sahagún, envuelta en vaporoso chal de seda azul plúmbago, ejercía el método del briefing, divulgando extraoficialmente datos que los contendientes no podían ofrecer abiertamente a los medios. Filtraba los resultados de las encuestas de salida de las televisoras y de las empresas especializadas que por ley aún debían callar dos horas más: "Vamos arriba con entre cinco o diez puntos".
Todo indicaba ya que la previsible -y riesgosa-- guerra de cifras no estallaría.
A dos cuadras de lugar, imposibilitados de llegar con su vehículo a la sede blanquiazul, dos de los asesores externos de Fox se lanzaron a la calle en una carrera loca. Jorge Castañeda corría hablando por el celular seguido de su adolescente retoño, Jorge Andrés. Adolfo Aguilar Zínser corría en tercer lugar, con la corbata y los cabellos al aire: "¡Ya ganamos!"
En la puerta del inconcluso edificio se toparon Julio Faesler, diputado saliente, y Andrés Rozenthal, ex embajador de muy alto rango hoy incorporado a las filas foxistas. Este último conducía orgulloso al veterano periodista Alan Riding, quien en los ochenta, como corresponsal del influyente The New York Times, causaba furor en las altas esferas del gobierno mexicano.
Faesler llevaba anotados en una hoja los resultados de los conteos rápidos que los magnates de la televisión Emilio Azcárraga Jean y Ricardo Salinas Pliego habían comunicado "confidencialmente" al equipo cercano de Fox. No cabía en sí. Testigo una vez más de un hito histórico -el triunfo del PAN, la derrota del PRI--Riding se congratulaba: "Esto va a ventilar a México, lo necesita, aquí hay mucha corrupción". Pero el agudo escritor británico-brasileño advirtió de inmediato contra cualquier borrachera triunfalista: "Ya verán, le pasó a Alfonsín en Argentina. Cuando ganó hubo un gran alivio, pero en tres meses los argentinos estaban hartos de él".
Otra frase aguda fue la de un amigo camarógrafo de mil batallas. "A ver si los panuchos no se ponen más sobraditos".
Lo cierto es que en los primeros momentos -digamos, entre seis y siete de la tarde-- el aparato panista guardó la compostura. Sobrios y apresurados, uno tras otro se encaminaban escaleras arriba, al cónclave blanquiazul. No faltaba mucho para que pudieran dar rienda suelta al júbilo.
A las 7:40, Bravo Mena y su plana mayor dieron pie a las primeras muestras triunfalistas. En conferencia de prensa, el líder nacional proclamó ganadores a los candidatos panistas a los gobiernos de Guanajuato, Juan Carlos Romero Hicks, y Morelos, Sergio Estrada Cajigal. Y ante la reserva legal a la que decidió ceñirse a esa hora el Instituto Electoral del Distrito Federal sobre la elección capitalina, también declaró "empate técnico" entre los candidatos al gobierno de la ciudad de México el perredista Andrés Manuel López Obrador y el panista Santiago Creel. Se quiso ir hasta la cocina. Dejó en el aire el incómodo temor de futuros revanchismos.
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