71 años de hegemonía terminaron ayer para el PRI. Echada a andar desde 1929 -cuando actuó por primera vez para hacer ganar a Pascual Ortiz Rubio, con 93.55 por ciento de los votos-, la maquinaria fue derrotada, a pesar que el sistema y sus operadores aplicaron programas como Vamos a ganar, que incluían una amplia red de activismo político en la que debieron participar 2.5 millones de personas.
Constituido como una necesidad para reagrupar a las facciones que se debatían por el poder, tras el asesinato de Alvaro Obregón, el PRI -primero PNR y luego como PRM- mantuvo el control absoluto de la Presidencia, de las gubernaturas y del Congreso de la Unión, hasta 1994, y su pérdida de aceptación entre el electorado se confirmó en 1997, cuando la oposición se hizo de la 57 Legislatura y obligó al Ejecutivo a consensos y le restó márgenes de maniobra.
A pesar que operó en su favor la presencia política del Presidente y de los miembros del gabinete en el programa Servidores Públicos Priístas, así como el de Redes 2000 -que en la consulta interna de noviembre de 1999 contribuyó a que ganara la candidatura priísta-, ello no fue suficiente para que este domingo Labastida remontara una caída en las preferencias frente a Vicente Fox.
Destinados por el propio Labastida al destierro electoral, los viejos priístas, los dinosaurios, con su influencia y su poder político y económico, fueron requeridos para rescatar la campaña priísta, cuando Labastida retrocedió en las encuestas y en el panorama del tricolor se perfilaba la primera gran derrota y la pérdida de la Presidencia de la República.
Muy significativo fue el abrazo en Toluca del candidato priísta con Carlos Hank González, a quien se le atribuye el liderazgo del grupo Atlacomulco, y de quien apenas unos días antes Labastida Ochoa había rechazado influencia y dineros.
En mayo aparecieron en escena los 21 gobernadores del PRI para hacer promoción del voto en favor de Labastida, compromiso que se fraguó en dos reuniones privadas, convocadas con el supuesto objetivo de hablar sobre desarrollo municipal.
A la campaña también se sumó Manuel Bartlett Díaz, a quien se le responsabiliza de la caída del sistema de cómputo en 1988, y quien acusó a Labastida de no haber actuado a tiempo para sofocar el conflicto estudiantil en la Universidad Nacional Autónoma de México.
En noviembre de 1999, con el proceso interno del partido para elegir candidato presidencial, la directiva pregonó que ese instituto político había accedido a su cuarta etapa, y que de la elección del 7 de noviembre, cuando oficialmente votaron 10 millones de simpatizantes y militantes, había nacido "un nuevo PRI".
La realidad desmintió los discursos. No había nuevo PRI. Fue el retorno de los dinosaurios y el pago de facturas en las candidaturas al Senado y a la Cámara de Diputados.
Incluso, a la actual presidenta del partido, Dulce María Sauri Riancho, la designó el Consejo Político Nacional, cuando meses antes ella, como compañera de fórmula de José Antonio González Fernández -con quien los yupis llegaron al partido-, había competido por la secretaría general del CEN en un proceso decidido desde antes, y en el que también participó el sobrino del ex presidente Luis Echeverría Alvarez, Rodolfo Echeverría Ruiz, quien se retiró antes de las elecciones, alegando que no había equidad.
Con González Fernández, quien quiso asumirse como el autor de la democracia interna priísta, la "sana distancia" se convirtió en "excesiva cercanía". El día que fue "elegido" por los consejeros políticos como presidente del partido, recibió una llamada desde Los Pinos, y más tarde fue recibido por el Presidente, quien lo trató "con cariño de verdad".
El actual secretario de Salud se fue del PRI como llegó: impugnado por ser conducto y receptor del poder presidencial.
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