Los indígenas se vieron prácticamente imposibilitados para hacer frente al Estado porfirista, fuerte y centralizado. De ahí el carácter esporádico y aislado de los brotes rebeldes. No obstante, hubo excepciones; tal fue el caso de los mayas, los yaquis y los mayos. Dado que en el sureste y noroeste del país la agricultura extensiva fue tardía, las comunidades indígenas de Yucatán y Sonora habían logrado conservar sus tierras comunales, casi como entidades independientes. Durante buena parte del siglo XIX e inicios del XX se mantuvieron en constante rebelión para defender tanto sus tierras como su autonomía comunal. Ante tamaño desafío, el gobierno federal decidió, a través de Bernardo Reyes, entonces ministro de Guerra, someter a los indígenas rebeldes del sureste tomando los centros ceremoniales mayas de Bacalar y de Chan Santa Cruz. Finalizando el siglo XIX, el gobierno porfirista entabló negociaciones con los yaquis para terminar con los levantamientos, pero al reiniciarse éstos en febrero de 1900, el ejército federal tomó un fuerte yaqui en la sierra de Mazacobe, muriendo en combate varios centenares de indígenas y siendo apresados otros tantos. A partir de esta experiencia, el gobierno central decidió deportar a los indígenas para restarles unidad y fortaleza. Entre 1903 y 1907, alrededor de dos mil yaquis fueron forzados a abandonar su territorio y vendidos como esclavos en Yucatán.
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