Los ataques a la Iglesia significaban el rechazo a un clero poderoso y perseguían la creación de una conciencia laica. Buscaban, ante todo, desterrar el poderío de la institución más fuerte que identificaba al pasado colonial y había logrado acumular una gran riqueza que permanecía dormida. Sin embargo, no tuvieron éxito frente a una población de arraigada tradición religiosa, alejada de las cuestiones políticas, conforme con los lineamientos clericales, aterrada por la posibilidad de cambio, alejada por la propia geografía, cobijada en la costumbre y la tradición. No resultó por lo tanto extraña la oposición surgida frente a este intento reformista que llevaría al país a demandar, en un tiempo no muy lejano, una Constitución que defendiera y definiera con precisión los intereses de los grupos conservadores que para este momento habían alcanzado una gran fuerza.
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