Los trabajadores de las haciendas guardaban entre sí una marcada diferencia social. Así, existían los privilegiados: mayordomos, y técnicos extranjeros, y en las haciendas ganaderas, vaqueros y pastores. Gozaban de buenos salarios, de una movilidad que les permitía cierta independencia y, en muchos casos, de una pequeña propiedad. Todos los demás trabajadores eran duramente explotados. Tanto en las haciendas del norte como en las del centro y sur se encontraban los peones acasillados o fijos, obligados a trabajar de sol a sol, arrastrando durante generaciones deudas adquiridas en las tiendas de raya, lo cual les obligaba a permanecer al servicio del acreedor. Vivían en humildes jacales (propiedad de la hacienda), comían frijol, tortillas y chile; no sabían leer ni escribir, recibían un salario mísero, la mayoría de las veces en vales o bonos de las tiendas de raya en las cuales se concentraba mercancía de primera necesidad, controlada y comercializada por el patrón. Al igual que los obreros, a la menor falta eran encarcelados.
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