Para finales de 1853 el poder supremo de Antonio López de Santa Anna había llegado a niveles tan elevados que el descontento en las clases políticas del país no tardaría en manifestarse.
Para colmo, el 16 de diciembre se expidió un decreto, derivado del “Acta de Guadalajara“, en el que se confería al dictador una serie de prerrogativas propias de un emperador. Entre ellas la facultad de mantenerse en el poder el tiempo que fuese necesario, la posibilidad de nombrar sucesor y hasta el tratamiento a su persona como “Alteza Serenísima“.
En Ayutla, población del actual estado de Guerrero, Juan N. Álvarez, Ignacio Comonfort, un ex-insurgente, Florencio Villareal y otros opositores al régimen, crearon el 1º de marzo de 1854 un plan revolucionario que sería conocido por el nombre del pueblo donde fue proclamado: “El Plan de Ayutla“. Se dice que el plan fue elaborado desde Nueva Orleans, E.U., por los exiliados encabezados por Valentín Gómez Farías y según el historiador Carlos Pereyra el documento fue redactado finalmente por el Lic. Eulogio Romero, masón que por mucho tiempo estuvo a favor de la anexión completa de México a los Estados Unidos.
Este documento, que fue corregido diez días después en Acapulco para complacer a los moderados, plasmaba un conjunto de exigencias que darían origen a lo que posteriormente se llamaría “La Revolución de Ayutla“.
El plan básicamente se centraba en tres postulados: la inmediata renuncia al poder de López de Santa Anna, la creación de una Junta de Representantes de que designara un presidente interino (cargo que finalmente recayó en Juan N. Álvarez) y la realización de un Congreso Constituyente.
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