jueves, 10 de octubre de 2013

Revolución de Tuxtepec

Revolución de Tuxtepec

Inmediatamente después de la inesperada muerte de Benito Juárez en 1872, y tal como lo señalaba la ley,

Sebastián Lerdo de Tejada, presidente de la Suprema Corte, asumió (como interino) la más alta magistratura del país. La pacífica y constitucional transferencia del poder causó que el conflicto conocido como La Revolución de La Noria terminara de forma abrupta. La razón primordial del levantamiento -la renuncia de Juárez- había quedado desvanecida por completo.
Al terminar su función como presidente interino, Lerdo de Tejada, en unas elecciones muy discutidas en cuanto a su legalidad, fue elegido para un nuevo mandato de cuatro años como presidente de la República (1872 – 1876), período que al parecer no le fue suficiente, ya que desde finales de 1875 anunció su intención de buscar la reelección. De forma un poco inexplicable, el presidente repetiría paso a paso las mismas acciones que dieron origen a la anterior revolución. Cuando Juárez intentó (y que luego logró mediante unas muy irregulares votaciones) reelegirse para mantenerse en el poder, una gran porción del país se levantó en armas. Apenas cuatro años antes esa situación ya se había verificado y ahora la historia se repetía casi de la misma forma y con los mismos protagonistas.
Una vez más Porfirio Díaz proclamaba en Tuxtepec, Oaxaca, un nuevo plan que desconocía a Sebastián Lerdo de Tejada como presidente de México. Este documento conocido como “El Plan de Tuxtepec“, era en esencia, una réplica de “El Plan de la Noria“, ya que en ambos la consigna primordial era la renuncia del presidente en turno.
Irónicamente el lema de la revolución de Tuxtepec “Sufragio efectivo, no reelección” adoptado por el mismo Porfirio Díaz para señalar la no perpetuación en el poder por un sólo hombre sería, casi 35 años después, la consigna principal de Francisco Madero contra el héroe de Puebla.
Muchos políticos y militares secundaron a Díaz desde la proclama del Plan de Tuxtepec. Entre muchos otros, el general Sóstenes Rocha en Guanajuato; los generales Donato Guerra y Pedro Galván en Jalisco; los generales Hermenegildo Carrillo y Juan N. Méndez en Puebla; los generales Jerónimo Treviño y Francisco Naranjo; en Yucatán y Tehuantepec los coroneles Teodosio Canto y Benigno Cartas, respectivamente. Todos los sublevados reconocían a Porfirio Díaz como el jefe del movimiento.
Es importante hacer notar que el conflicto ya había tomado forma aun antes del sufragio. El sólo anuncio de la intención de reelección del presidente había sido suficiente. Las supuestas elecciones fueron realizadas en plena revolución y el triunfo de Sebastián Lerdo de Tejada fue ratificado por el 8º Congreso el 26 de septiembre de 1876.
Mientras en el interior del país se generalizaban los levantamientos y enfrentamientos, en la capital, el presidente de la Suprema Corte, José María Iglesias renunciaba a su cargo. El político sostenía, que  habiendo sido la reelección del presidente tan descaradamente fraudulenta, a él, en su carácter de presidente de la Suprema Corte y mientras no se realizaran nuevas elecciones, le correspondía el cargo de presidente interino de México.
José María Iglesias salió furtivamente de la capital y se dirigió a Guanajuato, donde fue reconocido como presidente de la República por el gobernador de la entidad Florencio Antillón. Más tarde los gobernadores de Colima, Guerrero, Jalisco, Querétaro, San Luis Potosí, Sinaloa, Sonora y Zacatecas le dieron todo su apoyo. En Salamanca expidió un manifiesto y nombró a su gabinete. El conflicto tenía ahora un importante tercer participante.
Sebastián Lerdo de Tejada no perdió tiempo, y desde el inicio del conflicto, atacó y persiguió a los rebeldes. Hubo gran cantidad de enfrentamientos militares entre porfiristas y lerdistas, pero la balanza de la victoria parecía inclinarse tan favorablemente hacia el lado de los federales que hasta la actividad militar del gobierno fue disminuida tras la derrota de Porfirio Díaz en el enfrentamiento de Icamole, Nuevo León.
Donato Guerra, Manuel González y Justo Benítez iniciaron una guerra de guerrillas en el interior del país y no tardaron en controlar el Estado de Guerrero. Mientras tanto, el general Díaz se embarcó hacia Cuba para conseguir hombres y armas.
Pero hubo una batalla en especial en un paraje ubicado muy cerca del volcán de La Malinche y de la ciudad de Huamantla, Puebla y que no sólo definió el desenlace de la Revolución de Tuxtepec, sino que también fue el elemento clave que definió el futuro y destino de la República: La Batalla de Tecoac.
Lerdo de Tejada envió al general Mariano Escobedo y al general Ignacio Alatorre a combatir a las fuerzas oaxaqueñas de Porfirio Díaz. Los federales contaban con un ejército de 3,000 hombres, mientras que los efectivos de los rebeldes sumaban más de 5,000. A primera vista parecería que la superioridad numérica del general Díaz garantizaría el desenlace de la batalla a su favor, sin duda alguna, pero la diferencia de capacidades entre ambos ejércitos equilibraba muy bien la situación. Las tropas federales, a diferencia de las del general Díaz, estaban mejor armadas y formadas por hombres muy bien adiestrados y entrenados.
Desde el principio de la batalla todo parecía indicar la pronta victoria de los lerdistaspero hubo un momento crucial y circunstancial, que de haber sido un poco diferente, toda la historia de nuestro país hubiera cambiado dramáticamente. Resulta que tanto el general Alatorre como el general Díaz esperaban importantes refuerzos y sólo la suerte decidiría a quien le correspondería tal distinción. Alatorre esperaba con ansia la llegada del general Alonso y Díaz, por su parte, la llegada del general Manuel González. A punto de ordenar la retirada de su ejército, Porfirio Díaz respiró aliviado: de forma repentina irrumpió en el campo de batalla el general Manuel González, amigo y partidario del oaxaqueño. Con el empuje de 1,000 hombres a caballo, González atacó los flancos del enemigo con tal violencia que los soldados federales quedaron desconcertados, dispersos y derrotados. Esa tarde del 16 de noviembre de 1876, quedó sellado el destino de México.
Al enterarse de lo ocurrido en Tecoac, Sebastián Lerdo de Tejada entregó la presidencia a Protasio Tagle y partió hacia Acapulco con el fin de embarcarse con rumbo a los Estados Unidos.
La Revolución de Tuxtepec, último gran conflicto armado del México del siglo XIX, finalizó con la derrota definitiva de las disminuidas fuerzas de José María Iglesias, quien nunca quiso reconocer el Plan de Tuxtepec.
El general Porfirio Díaz, con su entrada triunfal a la ciudad de México el 21 de noviembre de 1876, inauguró una nueva era de paz y crecimiento nacional. Durante los anteriores 56 años, desde la culminación de las guerras de independencia, hasta la llegada del aguerrido general a la presidencia, la nación no había disfrutado de un sólo respiro de calma y tranquilidad. Cientos de sobresaltos, entre guerras civiles, levantamientos y hasta intervenciones e invasiones extranjeras habían dejado exhausto a ese México del siglo XIX. Ahora tendrían que pasar 35 años para que el país nuevamente perdiera su paz y tranquilidad.

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