Dentro de cualquier historia, de cualquier nación,
siempre es posible observar que por múltiples causas, a veces contradictorias y a veces inexplicables, suele haber personajes que sufren de injusto abandono. En un momento parciales historiadores, en otro, políticas oficiales, y en muchos más, la mala interpretación – ya sea por accidente, por descontextualización o hasta por mala fe – logran que el hacer de algunos grandes hombres del pasado sea desvirtuado por completo y en ocasiones hasta olvidado. Este es el caso del General Don Porfirio Díaz Mori, un hombre que al mismo tiempo que es pieza fundamental de la Historia de México, también es uno de aquellos a los que se les ha juzgado de manera muy injusta y con mucha ligereza tomando como punto de partida los conceptos del siglo XXI. Por otro lado, conocemos un sinfín de personajes inscritos en la Historia de México con dudosa moral o con frágiles lealtades y que lejos de tener la estatura histórica y humana del General Díaz, son constantemente homenajeados. A unos se les reconoce con letras de oro en recintos públicos y oficiales, otros forman parte de la tradicional nomenclatura urbana, y otros menos, gozan de monumentos en los cuales descansan sus restos físicos. Privilegios negados al gran soldado Porfirio Díaz, ya que como ejemplo, sus restos aun descansan en el cementerio de Montparnasse, en París. José de la Cruz Porfirio Díaz Mori nace el 15 de septiembre de 1830 en la ciudad de Oaxaca, capital del estado del mismo nombre. Fue el sexto hijo de siete, que José Faustino Díaz, criollo de origen español, y Petrona Mori con algo de sangre india mixteca, y otro poco asturiana habían procreado. Existe una creencia generalizada de que Porfirio Díaz fue un hombre de origen más bien indígena, tipo Juárez, de poca instrucción y cultura y que sólo hasta llegar a la presidencia se afinó de forma notable.
Esto no es del todo correcto, ya que si bien es verdad que durante su mandato y gracias a la intervención de su esposa, Doña Carmen Rubio, el militar rudo de batallas se preocupó por mejorar sus maneras y costumbres de forma más acorde con los protocolos sociales y políticos de la época, también es cierto que recibió estudios formales, tanto en su infancia como en su juventud. Posiblemente para muchos lectores sea sorpresa saber que Don Porfirio hizo tan buenos estudios que hasta llegó a dar clases de latín. En 1835, el pequeño niño Porfirio, fue enviado a la escuela “Amiga” para aprender a leer y a escribir. En 1843, ya adolescente, y apadrinado por el futuro obispo de Oaxaca don José Agustín Domínguez, ingresó al Seminario Tridentino de Oaxaca para comenzar una carrera teológica. En este seminario y durante los próximos tres años, realizó estudios de gramática, retórica, latín, matemáticas, lógica, entre otras materias.
Al tener noticia del inicio de aquella injusta y canalla invasión de parte de los codiciosos norteamericanos y a la cual se le llama “elegantemente” la “Intervención Norteamericana en México”, Porfirio Díaz y otros compañeros decidieron solicitar su ingreso en el Ejército Nacional. Solicitud que fue aceptada con el enlistamiento de los jóvenes en un batallón que finalmente no tuvo oportunidad de luchar. Sin embargo, se podría afirmar que esta acción del año de 1846, marcó de una forma u otra, el inicio de la carrera militar de Porfirio Díaz o en todo caso la expresión de una vocación antes oculta.
Fue precisamente en ese año, en que enseñaba latín al hijo de su mentor político Don Marcos Pérez, en una entrega de premios, conoció a Benito Juárez entonces Gobernador del Estado de Oaxaca.
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